La voz azul

El rescate de una ballena atrapada en el mar de Baja California reúne cinco personas que deciden embarcarse para salvarla. Cada una emprende el viaje por motivos diferentes sin sospechar que esa travesía cambiará sus vidas para siempre.

Novela. Editorial Diana, México, 2008

El pretexto para venir a Banff fue escribir una novela de ballenas; como nacen y se reproducen en México, pero se alimentan en los mares de Canadá de algún modo tienen doble nacionalidad, y habiendo germinado la idea en México qué mejor sitio que este para terminarla.

Escribir la novela fue lo que surgió después de un viaje a Revillagigedo, la semana santa del 2006, en el que tres días el mary las corrientes nos juntó al barco de buceo en el que iba con una ballena y su ballenato. La vi desde superficie, bajé y estuve a la altura de sus ojos, la vi brincar, girar, estar ahí en la plenitud del agua. Esa experiencia ha sido uno de los regalos que más atesoro en mi vida y supe que algo de ahí quería llevarlo al papel. Regresé a la ciudad, investigué todo lo que estaba a mi alcance sobre cetáceos en cuanto a biología, etología, música, mitología, literatura. Así fue como llegué a la conclusión que estaba escribiendo una novela de ballenas, y ese fue el error del que un año después me di cuenta.

El verano de 2006, en perfecta sincronía, recibí un correo que notificaba la liberación de una ballena de una red de pesca en las costas de San Francisco, California. Ahí ya estaba la anécdota. Luego, siguiendo un poco el tema de Luz en los ojos de Isabel, lo relacioné con la matanza de mujeres en México. Mujeres y ballenas impunemente asesinadas en el país que vivo. Ahí ya estaba la metáfora y el compromiso. Así que en una especie de maratón veraniego me senté en la casa del mar, con la presencia de mi sobrina Alexa, a escribir el primer borrador de la novela. En el transcurso dos amigas me regalaron artes y collar de colas de ballena, respectivamente, otra un álbum de música de ballenas y otra el sound track de la película The whale runner. Toda mi vida era la nación cetácea, misma que abandoné durante un año porque se atravesó el viaje a India y el libro que escribí allá. Fue en Nueva Delhi, precisamente, que me notificaron de la residencia en Banff y ya vine muy dispuesta a terminarla. ¿De dónde saqué ciertos nombres, de dónde la idea de la marcha mundial de las mujeres? A mí misma me sorprenden mis textos. Estaba mucho más avanzada que lo que creía, pero cuando estaba leyendo el borrador me quedé dormida. ¿Estaba yo cansada o era tan aburrida la Voz azul?

Como en cualquier escritor mi trabajo es disparejo, textos mejores que otros, algunos con mejor fortuna, pero no sabía qué era lo que me pasaba con la voz azul. A los quince días de haber llegado estaba terminada, completa, la primera versión. La imprimí, la di a dos amigos para que la leyeran y quise olvidarme de ella. Me concentré en el diario de viajes, en los cuentos que he encontrado por acá porque palabras como corteza, montaña, flores, se querían colar en la novela de la ballena, pero más bien pertenecen a otro mundo que no es el acuático, al mundo que se me metía por acá. Tenía más dudas que certezas. ¿Será de veras una novela, será un poema, un canto a ese instante milagroso con 50 páginas de sobra, le hará falta más acción? Esta es la quinta novela que escribo y hacerlo no es más fácil que la primera vez.

Me doy cuenta de que escribir no es contar una historia que sé ni inventarla, se trata de descubrirla. Y todavía hay partes en voz azul que son un misterio para mí.

–¿De qué trata tu novela?–me preguntó un escritor indocanadiense.

Estaba a punto de contestarle en automático que de ballenas, pero reflexioné antes de abrir la boca. No sé de qué trata, me di cuenta. Sabía la trama, qué cuenta, los personajes, la voz narrativa, pero no el tema. ¿Qué quiero decir con todo esto?

–Creo que del perdón –dije muy despacio y hasta que no lo pronuncié no cayó el peso de esa revelación en mi cuerpo.

Estoy escribiendo una novela del perdón y el pretexto es la ballena. La ballena es el vehículo, la excusa, para subir a cinco personajes a un barco y que cada uno resuelva sus cuestiones. Cada personaje busca remediar, claro está, un asunto mío. Es fácil que Ámbar, la personaje principal, sea la qué más tiene de mí; es mujer, fue periodista, bucea, hace cuatro años mataron a su única hermana. Otra vez, de otro modo, estoy trabajando con la muerte de mi hermano. Pero está el capitán, un hombre de casi sesenta años que busca cómo encontrar un lugar para el mar y para el amor en su vida, no quiere elegir, sólo acomodar de manera armoniosa; y ese también es mi deseo. Está Daniel, el amigo de Ámbar, en esa relación tan plena de amistad que da miedo echarla a perder con las ganas del amor: he estado ahí, fantaseando con un amigo y cobardemente prefiriendo tenerlo para muchos años que un amor por unos meses o quizá para más. Está Arión, el galán de la novela, viajero, guapo, comprometido con el medio ambiente, dispuesto para Ámbar. Él es la posibilidad del amor en mi vida, si logro que él y Ámbar encuentren el valor para estar juntos. Está Mora, la mujer indígena guerrera, que acierta un modo de hacer la vida aliada solamente con mujeres, que huye de los hombres. También esa es un parte mía, mi vida construida con mis amigas del alma. Todos los personajes soy yo. En la medida que ellos solventan algo mío también se transforma. Las horas de investigación acerca de los cetáceos era el trabajo de apoyo que necesitaba para conocer a otro de mis personajes, pero no el central. Son horas de respaldo.

–Mis personajes me persiguen, son mis diablos –confiesa orto escritor.

–Son mis sanadores –contestó yo –. Ellos hacen por mí el trabajo de mi espíritu, con esa intención los muevo y viven, para sanarme, para mejorarme la vida.

Marcela Guijosa escribe un correo con los comentarios de la novela: lo que cree que funciona y lo que no. Qué claro se ve el bosque desde fuera y yo aquí perdida, literalmente, entre los árboles. Además, sus palabras viajan con tanto cariño que me hacen llorar. Carlo Corea pone toda su inteligencia visual y una mañana nos sentamos a desayunar con el borrador en la mano. Me gusta oír su claridad en imágenes, cómo la filmaría si fuera película. Sugiere otro barco para que haya más acción, la idea me tienta.

Puedo regresar a la novela: le quito 10 páginas, hago amarres por aquí y por allá. El texto ha crecido una enormidad, sin embargo, falta resolverá Natalio, un pescador que es la representación del antagonista: mata por ignorancia, por hambre, porque allá lo llevan las circunstancias. Es el personaje a quien tiene que perdonar Ámbar para hacer las paces en su corazón. En términos de la novela está claro, pero no tengo la fuerza para hacerlo. Me doy cuenta de que antes que Ámbar lo tengo que hacer yo: hacer una lista de los antagonistas en mi vida y perdonarlos para estar en paz. Entonces el problema ya no es cuestión creativa, tengo que entrar a esa dimensión de mi espíritu y requiere tanta fuerza que no sé cuando pueda hacerlo.

Hago las clases de yoga con esa intención, recojo piñas y armo una pequeña constelación en el escritorio de madera del estudio. Miro a los personajes, trato de acomodar a Natalio fuera del grupo, en otro barco. Veo que tiene que estar ahí entre ellos. Viene Alister al estudio, un empresario inglés que trabaja con los procesos artísticos en las corporaciones, tenemos las mismas referencias, es un gozo hablar con él. Mira las piñas y entiende de qué se trata. Le pido que intuitivamente mueva una pieza: creo que encuentra el lugar donde debe ir.

A siete días antes de partirme siento lo suficientemente fuerte y clara para terminar, es sólo el último empujón. En tres días está arreglada, corregida, leída en voz alta e impresa en mi altar. Cuánto milagro. Gracias Dios y a todas las fuerzas que me trajeron aquí. Ya está.

Amanezco al siguiente día ya sin pensar en mis personajes, liberada, después de casi dos años de haber vivido con ellos. Hay algo de ligereza en mi cuerpo, en mi ánimo. No es sólo la satisfacción de cumplir un objetivo, es algo más íntimo: los cambios que en mí están operando. Voy a conocer el Lago Louise, camino con la voz azul como compañera pero ya no como un peso. Nos hemos separado. Ella ya es ella, un ser independiente de mí que pronto encontrará su destino hacia un libro, una filmación. Yo vuelvo a ser yo, con espacio libre para dejarme habitar aquello que me toque escribir en el futuro. Amén.


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