Adolfo y la muchacha

 
 

Todo empezó cuando dije que no quería volver a viajar con los dos niños y sin sirvienta. El problema fue que en aquellas vacaciones a San Juan solo hubo una recámara en el hotel. Sucedió entonces que Adolfo y la muchacha se miraron desde la cama, los cuerpos impensados aparecieron bajo sábanas insinuadoras. Entre el desconcierto y quién se levanta después, coincidieron cuando ella estaba en fondo y él con la toalla a la cintura. Me arrepentí de la idea y hasta estuve dispuesta a viajar yo sola con pañalera, esterilizador de mamilas, agua hervida, juguetes, ropa y botellas, pero Adolfo y la muchacha dijeron que no importaba, que no había problema. Así que las vacaciones en quinteto se repitieron. Adolfo y la muchacha cada vez más sueltos y yo, preocupada por ambos y los niños, casi no descansaba. El tiempo pasó y porque las cosas acontecen como si tuvieran voluntad propia, ahora, cuando Adolfo quiere viajar con la muchacha, los niños y yo terminamos en otra cama.

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Cacería de brujas