Las rondas

 
 

Pareciera que en la cama todo es pasajero, que la cama es tránsito y nunca destino, porque lo que ahí llega lo hace para irse. En la cama nada permanece al tiempo que lo alcanza todo. Quizá por ello nunca se le ase por completo. Es escurridiza como las veces que la rondé, como las que no lo hice, las que aún quedan pendientes que no aparecerán aquí escritas. Por eso, ahora me lo explico, cada ronda es fugaz. Apenas se da el primer paso, el último está encima. Una ronda es un instante. Solo muy pocos pueden concretarse en líneas. A las Rondas de cama uno debe ponerles final ya que nunca acaban. Nunca se les encuentra fin y quizá por ello tampoco tengan principio. Son solo fragmentos, recortes. La ausencia de rondines, como el silencio, apunta a un sitio más certero.

Una ronda es entonces una visita que se anuncia, a veces no, está un rato con nosotros —nuestra casa es tránsito rumbo a la suya— y nos hace compañía. De pronto mira el reloj y con el gesto indica que se marcha. Una parte nuestra se siente aliviada, la estancia ha sido suficiente, pero otra desearía que aún no se fuera: queda tanto por decir. El visitante toma sus pertenencias, agradece que le hayamos recibido —se los agradezco— y se va de la casa, de la vida, de nuestra cama. Quizá deje su aroma.

Siguiente
Siguiente

La suma