Espiral

Contar una historia dentro de otra, escribir un relato donde quien lo narra se convierte también en personaje del mismo, es una tarea no frecuente en nuestra literatura. Edmée Pardo la renueva creando un mundo de acoso y sobresalto y le añade el elemento lúdico. Es una comedia de equivocaciones, un relato de encuentros, una reminiscencia del cine negro, y sobre todo, un juego en el que el lector es testigo y participante.

Novela corta. Tava Editorial, Colección noveleta, México, 1994

Tomé un curso de Literatura Rusa que impartió Sergio Pitol en la casa Diego Rivera. Esto fue por los años de 1991 o 1992, supongo. El taller consistió en revisar la obra de Antón Chejov, que de modo proverbial Pitol traducía al español de su versión en ruso, y escribir un texto en prosa. La narración debería partir de unas líneas que el escritor dictó.

Las sesiones me emocionaban mucho, me maravillaba el análisis filoso de Sergio Pitol, su generosidad para escuchar los pinitos que llevábamos al taller, su solidaridad. Mejor dicho: me conmovieron en el sentido de que me movieron y cuando terminó el curso tenía la estructura y los primeros capítulos de una novela corta. Sergio Pitol ofreció revisarla cuando estuviera terminada. Mayor aliciente no pude tener.

Mi segundo libro publicado, Espiral, también salió bajo el sello de Tava Editorial, en una colección que yo misma dirigí llamada Noveleta.

Espiral fue presentada en la casa de la Cultura Reyes Heroles, el miércoles primero de junio de 1994, junto con otras tres noveletas que salieron en esa primera tanda de la colección. Participaron Mario González Suárez, Ricardo Chávez Castañeda y Berta Hiriart como autores, y Oscar de la Borbolla como comentador general.

Espiral recibió mención de honor en el Premio Narrativa Colima para obra publicada en 1994.


Lo que dicen los expertos

Artículo de Ignacio Padilla publicado en Sábado el 27 de octubre de 1994

Puede resultar algo aventurado disentir con un maestro de la altura de Sergio Pitol, pero creo que ya no es tan definitiva su afirmación, en la cuarta de forros de Espiral, de Edmée Pardo, que “escribir un relato donde quien lo narra se convierte también en personaje del mismo, es una tarea no frecuente en nuestra literatura”. Ciertamente, esto no fue muy usual en los años en que nuestra supina ignorancia de la gran literatura finisecular nos regalaba trabajos narrativos planos en los que el Yo del autor se disolvía, no sin cierta falta de compromiso, ante lo dicho o lo contado. Pero Edmée Pardo (ciudad de México, 1966) pertenece —tal y como también lo afirma Pitol— a una nueva generación en la narrativa mexicana, una generación aventurada, podrida en literatura, para la que no hay texto lejano al Yo ni historia que no tenga sus puertas abiertas a las espirales del tiempo, de la ficción, de la voz narrativa. Como una gran parte de la obra reciente de autores nacidos en los 50 y en los 60, obras publicadas o inéditas, Espiral reconoce la importancia que tiene el juego dentro de la narrativa contemporánea, un juego de cajas chinas, de escritores que escriben sobre escritores, quienes a la vez son personajes creados por otro personaje creado por vaya uno a saber quién.

Esta índole de historia tiene sus riesgos, sobre todo porque a estas alturas del partido, donde los tímidos engendros de Borges, -Bioy Casares y Elizondo se engolosinan con la idea de las cajas chinas, existe también una creciente antología de lugares comunes. Y la autora de Espiral ha recurrido a diversas herramientas alternativas para no caer en ellos: en primer lugar se encuentra el cuidado del estilo, el cual alcanza sorprendentes dimensiones en Espiral sin que por ello renuncie a la sencillez; luego, cabe mencionar el ánimo con que un narrador en apariencia omnisciente pone sin miedo en la mente de su personaje una serie de reflexiones claridosas respecto del acto creativo, que va desde la búsqueda de una primera frase hasta la conformación verosímil de sus personajes; finalmente, están la historia, y la historia dentro de ella, que adquieren giros particulares por la sencilla razón de que los escritores incluidos en ella cuentan con un logrado perfil sicológico, son más bien héroes de la mediocridad, autores que nunca escribirán una gran historia, como no sea la cotidiana tragedia de escribir mal sabiendo que no podrán escribir nunca como quisieran. Un escritor en Espiral es también un marco, un usurpador, una copia al carbón de otra copia al carbón de un original perdido en los territorios del diablo. Y atrás está Pardo, divertida con su impiedad, escribiendo.

Lejos del despropósito supuestamente feminista y mágico que tanto mal ha causado recientemente a la literatura mexicana escrita por mujeres, Edmée Pardo ofrece al menos la garantía de que más le preocupa la literatura que su sexo. Espiral es una breve pero bien armada muestra de que las plumas serias están más allá de toda vindicación, como no sea la propia de la buena literatura. Esta perspectiva no. puede menos que resultar tranquilizadora si a la postre queda esta noveleta como muestra de lo que las nuevas gene-raciones de escritoras tienen planeado contamos con la extrema prudencia y el enorme basamento de buenas lecturas de los buenos comienzos.


Artículo de Cecilia Urbina publicado en Sábado el 23 de julio de 1994

Edmée Pardo nos ofrece cada sábado, fielmente, uno de sus breves cuentos. Tan breves que apenas alcanzan a soslayar un tema, a darnos un atisbo de lo que podría ser y a dejarnos con ganas de saber más. Esto habla de la habilidad de Edmée para las medias palabras, los susurros que dicen sin decir. El año pasado publicó Pasajes, un libro de relatos cortos. En uno de ellos, Blanco, tal vez el mejor de la colección, anunciaba ya, muy esquemáticamente, algo del estilo de esta nueva obra… Francia Dannernark, en el prefacio a esa maravillosa novela Choses qu’on dit la nuit entre deux villas, dice que le gustada que su novela se leyera como se ve una película, sin interrupciones. Creo que así se debe leer Espiral, por varias razones. Su brevedad, el encanto del lenguaje, y la complejidad de la anécdota. En algún momento, Edmée menciona el término cajas chinas, como obvia referencia al propósito de su escrito. Mas diríamos una matrioska sorprendentemente prolífica dada la acumulación de temas, y de historias en una tan corta.

Lo primero que me atrajo de Espirales es el cuidado del lenguaje. Las palabras que Edmée utiliza como escalones para trepar por su anécdota nunca son casuales, cada una ha sido medida, inventada en un encadenamiento preciso para lograr frases redondas y plenas. Se nota la fascinación por las palabras en sí mismas, y como un disciplinado ejército atento a las órdenes de su comandante. Si el lenguaje es la preocupación primera que salta a la vista, la segunda es el análisis del oficio y la angustia de escribir. La frase: “Lo que eslabona a la novela es la frase primogénita, y si iniciara con cualquiera otra la magia se romperla ya desde el principio”, habla de que ese indispensable anzuelo que atrapará la imaginación es huidizo, se escabulle, y luego, ¿quién narra?, ¿en qué orden? Tal vez en orden cronológico, tal vez empezando por el final, con flash-backs que iluminen como faros los puntos culminantes…

lgnoro cuáles sean los fantasmas literarios predilectos de Edmée; suelen colarse en el sub-consciente sin que uno se percate del profundo amor que siente por ellos y del hechizo que han ejercido. Pero aquí asoman rasgos de los cuestionamientos de Josefina Vicens, inicialmente, y quizá un eco de Italo Calvino en el intercambio lúdico autor-lector, donde todo está asumido y nada es como se dice. Porque otro de los planteamientos importantes del libro es el juego. Hay un escritor, cuyo nombre no conocernos; no hace falta. En el momento de nacer, de ser nombrado, el personaje Martín Ugalde adquiere ubicuidad, es él y es el escritor. Con la posibilidad de su voz nace le que narra la novela. La siguiente vuelta de tuerca acontece de inmediato: no es el escritor quien cuenta la historia, sino su alter ego Martin Ugalde, pero no es su historia, sino la de su amigo Jorge Cruz. Sólo que Jorge Cruz

no tiene historia, vive muchas al mismo tiempo en las que es y no es, donde se disfraza hasta perder su yo, hasta encontrar a Martín Ugalde y convertirse en otra persona y por último en Martín mismo. Esta maraña de personalidades introduce un cuestionamiento sobre la identidad. ¿Qué define al individuo? Los mil detalles que dibujan su imagen ante la mirada ajena, sus deficiencias, sus cualidades, sus anhelos, su nombre o el que quiere darse según las circunstancias. Si partimos de que el hombre no es más que la suma de sus actos, y fuera de ellos no es más que un proyecto fallido, Jorge Cruz termina siendo la suma de los actos de Martín Ugalde, y el escritor el conjunto de los suyos y los de sus dos actores. ¿Son entonces una surrealista trinidad, o un solo hombre en busca de su identidad a través de la escritura?

Edmée Pardo no nos da la solución; nos deja que inventemos la nuestra, y tal vez como en los laberintos, si empezamos por el final será más fácil encontrar el camino. Por lo tanto, es Edmée la que huye en motocicleta, vistiendo una chamarra que anuncia pizza, para refugiarse en alguna playa, deshacerse de sus personajes como quien se despoja de prendas de ropa, y sentarse frente al mar a empezar su siguiente novela.


Artículo de Berta Hiriart publicado en La jornada el 17 de julio de 1994

La obsesión de Edmeé Pardo por la escritura y sus alrededores no conoce límite. Esta joven autora no sólo escribe de un modo prolífico, cuidando maniáticamente la perfección del texto en cada una de sus comas y palabras, sino que escribe sobre personajes que escriben. Ya en los cuentos de su libro Pasajes, encontramos a una Emilia inmersa en el intento de crear una historia a partir de un hombre de chamarra café a cuadros a quien ve en la fila de camión. También a una hoja en blanco que suplica al escritor “acércate y penétrame en silencio”, y a un amante cuya mirada indaga en la espalda de la mujer querida hasta sentirse desbordado por el deseo de escribir acerca de ella. Esos son los dramas que enfrentan los personajes de Edmée Pardo y lo hacen la misma pasión con la que otros experimentan un amor no correspondido o el verse involucrados en un asesinato. Lo importante, sin embargo, es que la autora logra transmitirnos la urgencia del escritor por armar un texto convincente, nos vuelve cómplices de la necesidad apremiante de hallar los elementos, de colocarlos en el lugar correcto, el único, nos hace agonizar con

sus lagunas y revivir con sus hallazgos. Esto, que ya está presente en los relatos

anteriores de Edmée Pardo, adquiere dimensiones francamente delirantes en Espiral, la noveleta que acaba de publicar la editorial Tava.

En Espiral una escritora, que aparece discretamente bajo el nombre de yo, escribe sobre un escritor llamado así, el escritor, que escribe sobre un tal Martín Ugalde, que escribe a su vez sobre Amalía, mujer que junto con Nachita, la señora que limpia la casa de Martín Ugalde, es el único otro personaje de la novela

que no escribe ni quiere escribir, lo que ya puestos en la cuerda de Edmée Pardo resulta inexplicable.

Hay que aclarar, sin embargo, que el hecho de que en este libro casi todo mundo escriba no significa que se dedique sólo a ello. Los personajes de Espiral hacen además un montón de otras cosas. La resolución de la vida cotidiana está siempre presente, ofreciendo un contrapunto a los graves conflictos que aquejan al trabajo literario. Para empezar, los escritores tienen que ganarse la vida. Dan clases en alguna escuela de comercio, venden material de bisutería o se las ingenian para tranzar a quien se deje con pintura vinílica adulterada. También van al super, a la tintorería y a las presentaciones de algunos libros. Saben que las relaciones públicas son una parte fundamental de su oficio. Y tienen algo de eso que se llama vida personal. Por ejemplo, el escritor de nombre el escritor, cuenta con una ex-mujer a la que añora cuando le duele la base del cuello de tanto estar frente a la máquina de escribir, con la mencionada Nachita y con su amigo Carlos, compañero de sueños y tequilazos. Pero todo lo que rodea a éste y los demás escritores sólo cobra una función verdaderamente significativa al incorporarse en sus textos, ahí se ordena y adquiere sentido. Carlos, por volver al caso anterior, es una presencia fundamental para el escritor, tanto que no le pesan las horas que quita a la escritura para dárselas al amigo, pero algo impide que las dulzuras de la amistad se basten a sí misma. Ese algo, la pasión por la escritura, exige que se completen en un texto, que nutran la relación entre Martín Ugalde y su mejor y único amigo, Jorge Cruz.

No hay que inquietarse si en la lectura se pasa por momentos de confusión. Espiral es una novela de enredos, donde aparte de la caja china que guarda la novela de la novela de la novela, hay un juego de suplantaciones que ofrece el gozoso entretenimiento del rompecabezas. No es contraria aquí, porque cada uno de los escritores que aparece en Espiral tiene su estilo y cada eslabón entre unos y otros su modo textual muy particular.

Lo que sí puede adelantarse es que se trata de una obra muy divertida, lúdica dice Sergio Pitol en la contraportada. Hay que aclararlo porque alguien podría pensar que al ser casi un tratado del quehacer literario, muy útil por ejemplo para quienes están adentrándose en el oficio, debe resultar algo denso, de difícil acceso. Y nada más lejano a la verdad. Los caminos de hallar la frase inicial, de vestir y bautizar a los personajes, de hallar los pasos de la trama, y otras tantas peripecias literarias, son en Espiral elementos de un thriller, que el lector o lectora no puede soltar hasta acabar el libro. Lo cual, gracias al oficio de la autora, puede hacerse sin pasar demasiado desvelo, porque aunque en Espiral se escriben cuatro novelas al tiempo que ocurren varios engaños y desengaños, un concurso literario, un accidente fatal, un cambio de identidad y una persecución consecuente de alguno de estos hechos, todo ello cabe en sesenta y dos cuartillas bien medidas y compuestas.


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