La senda

 
 

Tengo ganas de andar tu cuerpo, te dije casi en silencio; una larga caminata, respondiste. No a pie sino a mano aunque mejor hubiera dicho que a lengua y piel. Quince kilómetros de sábana a marcha rítmica, con pausas, sin afán de ser maratonista. Recorrerte con los ojos, transitarte entre humedades, agotarme con tu aliento, agotarte. Sorberte por los hombros, ensalivar tus muslos, bendecirte con mis dedos. Solo tengo ganas de andar tu cuerpo, repetí. Y el inicio de una senda rumbo a la cama se dibujó en tus pómulos.

Anterior
Anterior

Pelo largo

Siguiente
Siguiente

Para qué la cama