Amo mi cuerpo

 
 

He llegado a la edad en la que amo mi cuerpo. Me costó casi 40 años dejar de pelearme con sus curvas pronunciadas, con el gancho de la nariz, con la libertad que exige mi cabello, con la amplitud de pechos y caderas, con los dedos chuecos de las manos, con el tono agudo de mi voz. Las líneas de mi cuerpo me contienen y diferencian del resto del mundo. El universo es de esos márgenes hacia afuera, yo soy de la dermis hacia adentro. Quizá por eso, porque mi cuerpo es la frontera entre lo propio y lo otro, fue que sucedieron la confusión y el conflicto.

Un día, fracasada ante mi necedad de moldearlo, dejé de exigirle una imagen estereotipada que mal compré quién sabe cuándo y empecé a querer y respetar la fuerza femenina y alegre, con rollitos de grasa y celulitis aquí y allá, que manifestaba mi vida. Mi cuerpo es la sabiduría de sí mismo, sabe cómo crecer, sanar, responder, cuidarse. Lo hace siguiendo su propio ritmo y naturaleza, siendo amable con el espíritu que lo anima.

Mi cuerpo es la resulta de genética, historia, geografía, idioma, tiempo, la gente que lo palpa y la que lo ignora. Es un mapa donde pueden leerse mis deseos, mis emociones y mi pasado. No esconde defectos ni cicatrices. Contiene la memoria celular desde el principio de la vida: los instintos animales, el recuerdo más primario del amor, el alarido del sufrimiento. Lo trato muy bien con cuidados y alimento porque es el mejor y único espacio que tengo para la vida que me sucede en plenitud. Mi cuerpo es hoy el paraíso del que vengo, es también mi tierra prometida. Y es en este espíritu festivo y de agradecimiento que me animo y lo muestro.

Edmée Pardo, Escritora y maestra.

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