Caminar para florecer
Pongo un pie delante del otro y avanzo un pequeño paso. Un paso pequeño que con blusa morada, pancarta en mano y la voz recia se convierte en un gran paso junto con otro que damos cientos de mujeres. Un paso enorme que dieron las hermanas mayores cuando yo todavía no pisaba esta tierra: gracias a ellas uso pantalones, estudié el doctorado, salgo de copas, viajo sola, soy ciudadana que vota, me acuesto con quien quiero, trabajo como lo hago. Ellas aplanaron la calle para mí: con ese derecho ganado mis pies se alistan y alzo mi voz que resuena con la de mis compañeras de marcha. No se puede andar rápido cuando somos miles de hermanas que caminamos por un objetivo común: el derecho a transitar libres, en una sociedad justa y equitativa.
Semanas antes a este día en todas las mesas, los chats y los lugares que visito, el tema está al centro: la marcha y el paro. En casa las sobremesas se llenan de pasión porque todos queremos que pare el feminicidio, la impunidad, la desigualdad. Todas y todos hemos sufrido el machismo, pero cada quien reacciona a su manera. Yo no descalifico a nadie. Hay muchos feminismos, así como hay muchas maneras de hacer política o de llegar a Roma. Equiparo este movimiento y a sus miembros con un salón escolar multigrado: unos saben más y mejor que otros, pero todos estamos estudiando y eso es lo que cuenta. Es un logro hablar de lo que parecía tan obvio, reflexionar juntos. Recomendamos libros, películas, historias que nos sensibilicen sobre el tema. Nos abrazamos.
La noche anterior preparo mi pancarta: no quiero repetir una frase que ya conocemos y peleo con las palabras: juntas, todas, nosotras, porque si lo escribo así dejo afuera a los ellos que son más feministas que algunas mujeres machistas que también tengo junto. Y eso es importante, revisarnos nosotras de las palabras que usamos, las cosas que damos por sentado ¿qué tanto repetimos los modelos patriarcales que por normalizados se hacen invisibles? Por primera vez quiero decir juntes, todes, nosotres. Busco hasta que encuentro la puerta: cambiar y florecer. Cambiamos todos, ellos, ellas, quien lee la pancarta junto conmigo. La llevo sobre el tallo de una gladiola lila porque creo en la belleza y el poder de las flores. Mi casa es punto de reunión de siete amigas que nos reuniremos con mi hermana mayor (la de sangre que también ha abierto caminos para mí) y sobrinas que son parte de un contingente. Una pancarta dice: camino sin miedo, pero la verdad es que sí lo tenemos. Se han oído tantas amenazas. Hacemos plan B. Un punto de reunión en caso de incidente. Algunas escriben el celular de un familiar en su brazo. “Mamá, no quiero que vayas, tengo miedo”, dijo la hija de una amiga. “yo tengo más miedo de que la próxima seas tú”, le contestó. Por eso salimos. Somos miles, me conmueve vernos. Las más somos pacíficas. Las menos destruyen. Las más no estamos de acuerdo con las que se tapan la cara. Necesitamos dar la cara por lo que hacemos y acatar las consecuencias de nuestros actos.
Caminar por la calle, el acto más natural del ser humano, es hoy una protesta porque se ha convertido en amenaza para la mayoría y tragedia para otras: la calle se las traga a manos de feminicidas. Estamos aquí. Somos nosotras y las voces de las que no tienen voz, somos los pies de las que ya no pueden salir a caminar, somos nosotras y las hermanas mayores, somos nosotras y las hermanas menores que algún día tomarán la calle. Somos nosotras y quizá esa sea la reivindicación más clara: queremos seguir siendo, estar vivas en un lugar con justicia. Queremos cambiar con la sociedad, como sociedad, para florecer. Me detienen en la calle para fotografiar la pancarta. Mi sobrina me dice: “olvidemos bajar de peso y un buen corte de pelo, una buena pancarta es todo para ser vistas”. Y sí, es la palabra la que nos hace visibles. Las imágenes de esa cartulina ya dieron la vuelta en redes sociales y el cartón con letras moradas que pensaba deshacer llegando a casa, está entre dos cojines del sofá de mi sala como si fuera la gran invitada.
Escribo este texto el 9 de marzo, el día del paro nacional donde muchas, muchísimas mujeres decidimos no hacer las labores domésticas ni cotidianas. No es un día de descanso. Estamos en casa sin usar redes sociales, sin comprar en línea o a domicilio, sin salir a trabajar. Tampoco aprovecho para llamar por teléfono a nadie. Estamos visibilizando nuestra ausencia. Ayer las calles, desde arriba, parecían un tapiz de flores moradas cobijadas por el lila de las jacarandas. Éramos nosotras. Hoy, universidades, empresas, camiones, están sin nosotras. Ayer hicimos que nos vieran, hoy hacemos que ya no estamos aquí. Silencio y estruendo son dos caras de la misma lucha. Esa es nuestra fuerza. Una amiga dice que desde su ventana la calle se ve más vacía que las mañanas de los 25 de diciembres. Mientras tecleo me pregunto si escribir es estar o no en el paro. Paramos para visibilizar nuestra ausencia y también para estar con nosotras mismas. Hay grupos de meditación que a la misma hora elevaron su vibración energética con la misma intención: hacer del mundo un lugar sano y salvo para vivir. Otra amiga confiesa que tuvo que salir a la calle para pasear a los perros que no saben de ideologías ni sus intestinos de paros. No a todas nos quedó claro que el paro incluye las redes sociales y alguna que otra manda imágenes y comentarios. Sin embargo, mi celular está en reposo moderado. ¿Por qué hago lo mismo el día antes de la marcha y hoy? Escribir es mi forma de estar viva y si lo que busco es la garantía de la vida, la ejerzo desde estas manos con barniz de uñas que presionan la tecla de la máquina. La voz azul y Oasis, son dos novelas de mi autoría que visibilizan este tema. Desde hace rato que uso la palabra para decir mujer y justicia, no solo esta mañana.
Escribir, caminar, florecer. Tres de mis verbos favoritos que se conjugan perfectamente en estos tiempos de casi primavera. El naranjo que vive en una maceta dentro del balcón de mi casa este año me regaló cinco naranjas; las plantas están frondosas y reverdecidas; las orquídeas cuelgan engarzadas en sus formas sexuales y su color. Ayer en la marcha un contingente llevaba al hombro un vulva cubierta con un manto similar al de una virgen con la idea representar la sacralización de lo femenino, según yo. Una idea clara para mí, pero no para algunas de mis compañeras de marcha que no entendieron la imagen: “es que no yo la tengo así” río una, “la mía es más oscurita” y nos acordamos de las famosas neoyorquinas que hacen círculos de mujeres para que conozcan su cuerpo y las formas en que entienden el placer. Otras hermanas mayores, pensé. Y así es como estoy aquí, en una mañana de cielo azul, guardada en mi casa, sin salir a la calle, ejerciendo el derecho a la vida y a su plenitud a través de la palabra. Apenas ponga punto final limpiaré mis tenis para mañana salir a la calle y portar con orgullo el enorme privilegio y gozo que es estar viva.