El Aleph de Jorge Luis Borges

Llegó un nuevo maestro a la clase de literatura universal, no recuerdo su nombre. Dijo que trabajaba con el mejor escritor vivo y que deberíamos conocer su obra: nos dejó de tarea leer El Aleph. El cuento me dejó patidifusa. Para la siguiente clase, mi mejor amiga no había hecho la tarea así que le conté lo mejor que pude la anécdota y mis impresiones. Hicimos un control de lectura que ella aprobó con 10 y yo reprobé. No volvimos a ver al profesor. En este recuento me pregunto quién sería el maestro y si no estaría en los líos políticos del momento y por eso su breve estancia. Lo que es claro es que no contesté lo que el maestro quería. Pero leí y me dejé tocar por el cuento, tanto que hoy no olvido la portada, el color crema del papel, la cantidad de preguntas que se desencadenaron en mí. Me sucedieron más cosas que a mi amiga con esa experiencia, ella comprendió algo de lo que salió de mi boca, yo conecté con algo de aquella historia, sobre todo conecté con las preguntas. Hoy tengo clara la diferencia entre lectura de comprensión y lectura de conexión, no son excluyentes, aunque a veces no suceden al mismo tiempo ni en el mismo orden. Creo que desde ese día oficialmente me convertí en lectora.

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