Qué ganas

 
 

Qué ganas de que mueran todos, pensó la niña mientras estaba en oración. Alrededor de la cama de su madre, varios adultos ayudaban, sollozaban, se postraban. Ella deseó ver a cada uno de ellos en esa cama donde su madre agonizaba, sufriendo de verdad, gimiendo de dolor, retorciéndose a cada ataque. Los acomodó a cada uno en su lecho de muerte, les lloró para repetir los actos que hacían ahora. Los dejó morir a todos, ahí mismo, sin una palabra de consuelo, sin nada que aliviara su dolor. Qué ganas de que mueran todos, qué ganas, repitió la niña mientras se persignaba al finalizar su plegaria.

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