El pan

 
 

A veces es así, no necesita razón específica, se presenta y se queda conmigo varios, larguísimos días. Le doy la vuelta porque no me gusta su compañía, me hace ser una mujer que no me cae bien. Entonces lleno de libros el otro lado de la cama, le doy cuerpo al aire con música en el carro y en la casa, y crezco la mesa de la cocina con bolsas de pan. Pan negro para el queso crema, pan de centeno para algún sándwich, de salvado para untar jalea, dulce para la leche tibia. Y es que lo he comprobado: el pan es lo único que me quita el sabor de la tristeza.

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