Té madrugada 140
Mi tía Connie era insomne desde que la conocí. Entretenía las noches de su viudez con un radio de onda corta con el que escuchaba programas de distintas latitudes del planeta. Lo supe unas vacaciones que fui a visitarla a su pequeña casa en Puerto Vallarta y me sorprendió el susurro que salía de su cama. La siguiente vez que la vi me regaló dos libros que atesoraba de su infancia: las nubes de su mente todavía le permitieron acordarse de que tenía una sobrina escritora. Fue a morir a una residencia para gente con demencia senil donde, por las noches, veía gusanos que atravesaban las paredes. Ninguna voz en el mundo pudo consolarla.