Bicicleta

 
 

A veces las cosas de diario me sorprenden, de pronto lo que he visto con naturalidad toda la vida se convierte en interrogante. Una pregunta que traigo entre manos durante días hasta que la sacio y aquello regresa al mundo de lo ordinario.

De niña pedí a los reyes magos una bicicleta. Me enseñaron a montar en ella mis padres, primero con llantas en la parte posterior a modo de apoyo, cuando encontré el equilibrio me dejaron andar a mi propio aire. Hay gozo en andar en bicicleta, supongo que es la primera experiencia de movimiento y velocidad en otro cuerpo, que produce y vive nuestro cuerpo. Nunca vi nada extraordinario en una bicicleta hasta que un día, a medio cerro en medio, frente a una casa de adobe, vi una estacionada. Qué hacía en ese lugar tan lejano, cómo había llegado ahí, cómo llegó al mundo.

Aunque hay referencias que se remontan a Egipto, China e India –de las que no encontré ninguna–, Leonardo Da Vinci tiene el antecedente más exacto de lo que hoy conocemos como bicicleta. En el Código Atlántico –uno de los diez códigos en los que se dividió su obra, desaparecido durante siglos hasta que Pompeo Leoni, escultor coleccionista y gran admirador de Leonardo, lo recuperó durante la segunda mitad del siglo XVI–, se encuentran dibujos e instrucciones de cómo armar una bicicleta.

El origen de la bicicleta moderna fue el celerífero, ideado por el inventor francés Sivrac en el año 1790. Constaba de dos ruedas de madera unidas por medio de dos ejes a un armazón también de madera, que adquiría velocidad al ser impulsada por las piernas del conductor montado en ella. En 1818, el alemán Karl Von Drais ideó una pieza parecida al celerífero en cuanto a medio de impulso se refiere pero ya estaba dotada de timón, recibió el nombre de draissiana en honor a su inventor. Los primero diseños eran incómodos y pesaban cerca de cuarenta kilos. Tiempo después le añadieron palancas de conducción y pedales, lo que permitió impulsar la máquina sin tocar el suelo.
El velocípedo de pedaleo sin presión se popularizó en Francia hacia 1855. El cuadro y las ruedas se fabricaban de madera, los neumáticos eran de hierro, los pedales estaban colocados en el cubo de la rueda delantera, que era un poco más alta que la rueda de atrás. Estos inventos, junto con el uso de tubos de acero soldados y los asientos de muelles, llevaron a la bicicleta a la cumbre de su desarrollo. Hacia 1880 apareció algo muy similar a lo que conocemos ahora: dos ruedas casi del mismo tamaño, pedales unidos a una rueda dentada a través de engranes, y una cadena de transmisión que movía la rueda de atrás.

Así se perfeccionó el medio de transporte, adquirió tonos deportivos, se masificó su producción, se adaptó para diferentes tamaños y en distintos materiales, y un día 6 de Enero llegó a mi casa una bicicleta con manubrios forrados de plástico, rafias de color rosa, y por primera vez me subí a una de ellas.

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