Daria

 
 

Daria es el nombre de mi perra, tiene un año seis meses, negra toda ella salvo un delgado mechón de canas blancas a medio lomo, con un lunar negro en la lengua, 70 por ciento Shnauzer gigante. Cuando llegó a mi vida dijeron que tenía 95 por ciento del linaje porque el pelo no le crecía pero conforme ha ido desarrollándose el porcentaje de su raza ha ido disminuyendo para aumentar el misterio de los romances que sostuvo se perra madre.

Todos los días saco a pasear a Daria. No es ninguna carga. La verdad es que una de la razones por las que tengo perro es por eso del paseo, nadie me saca a pasear sin no es ella. Antes de que piensen cualquier cosa sobre la soledad de las mujeres modernas, aclaro que sí tengo quien me invite al cine, a cenar, y con quien guardarme muchas horas en mi casa. Pero sólo Daria me lleva a caminar por las calles y los parques. Si no estuviera ella una parte buena de la vida me pasaría desapercibida.

Los paseos matinales de entre semana difieren mucho de los de fin de semana, pero en ambas versiones se mantiene la bolsa plástica que sale vacía de mi casa y regresa cerrada por un nudo gordiano y llena de vapor. De lunes a viernes nuestra ruta son tres cuadras en líneas recta. Daria me espera en las esquinas y cruzamos la calle. Después ella toma su ritmo para olfatear pastos, bardas, y saludar a los perros que ladran envidiosos tras sus rejas. Mientras ella hace, yo me entretengo con los cambios en el vecindario, con los tonos que mutan en la naturaleza, con los pájaros que me miran sobre un cable. El payaso de la esquina a esas horas ya hace sus marabares y Daria y yo le aplaudimos cuando saca un conejo de peluche de su chistera vieja.

Los fines de semana vamos a un parque cerca de la casa a donde van otros perros y sus dueños. Ahí Daria corre como si fuera una mezcla de venado con conejo y perro, el misterio de los romances de su madre se revela en las más pura zoofilia sin discriminación alguna. Lo mejor es cuando Daria encuentra otro perro con quien jugar porque se emociona tanto con sus primos lejanos que no puedo más que gozar cuando atraviesa a toda velocidad por los pastos crecidos del parque. Por ahí se forman unos estanques que los parroquianos llamamos el jacuzzi de lodo porque los perros, incluida la puerca de Daria (ah, qué su madre), se revuelcan a placer. Los dueños de los perros aprovechamos para hablar sobre cuidados y razas, travesuras y monerías que hacen nuestros animales. Para envidia mía, la mayoría de los perros baja por una resbaladilla que Daria ni siquiera se atreve a subir, con lo entiendo que la madre de Daria pudo haber sido todo menos cirquera. Con algunas personas las coincidencias son más frecuentes y cuando los encuentro casi me pongo tan contenta como Daria cuando mira a sus amigos y levanta las orejas.

Lo que más me gusta del paseo es que Daria me obliga a darme unos minutos al día, casi siempre a solas, para observar el pequeño mundo en el que vivo. Son momentos de calma, de agradecimiento porque tengo salud, ánimo, energía, para caminar cada paso de mi vida.

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