Descanso

 
 

Estoy de vacaciones. Frente a mis ojos el mar es magnífico, escucho el aire en las ramas de las palmeras y en las cañas de los bambúes. El cielo es enorme, la parvada de pelícanos que se clava mar adentro quita el aliento. La vida es perfecta desde esta tumbona. Me sorprende tanta belleza. Me pregunto quién inventó el descanso.

Dice el génesis que el séptimo día Dios descansó de todo lo que había hecho y santificó su obra. Dicta el Deuteronomio: «Cuida de santificar el día sábado, como Yahvé, tu Dios, te lo manda. Seis días tienes para trabajar y hacer tus quehaceres. Pero el día séptimo es el Descanso en honor de Yahvé, tu Dios. No harás ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu servidor, ni tu sirvienta, ni tu buey, ni tu burro u otro de tus animales. Tampoco trabajará el extranjero que está en tu país. Tu servidor y tu sirvienta descansarán así como tú, pues no olvides que fuiste esclavo en la tierra de Egipto, de la que Yahvé, tu Dios, te sacó actuando con mano firme y dando grandes golpes; por eso Yahvé, tu Dios, te manda guardar el día sábado».

El viejo testamento ordena que el día de descanso obligatorio sea sábado, pero como Jesucristo resucitó un domingo, según el nuevo testamento, hay quienes consideran que no hay mejor día que ése para el reposo y alabar a Dios. Los ingleses, fuera del ámbito religioso y más en la tónica de legislar el trabajo, dicen que con descansar día y medio a la semana basta, de preferencia los del final de la semana pero puede ser cualquiera, ya que 44 horas de trabajo semanales son suficientes. En ese tono se han sustituido las fiestas religiosas por las nacionales y los días obligatorios de descanso son aquellos en que se conmemora la historia del país. Cada nación según su economía e historia regula el trabajo y por ende el descanso de modo distinto. En España la semana de trabajo es de 40 horas, en Francia de 35 horas, en México los burócratas trabajan 37 horas.

Ya sea por religión o por ley, el descanso es la interrupción obligatoria del trabajo que debiéramos usar para reponer fuerzas físicas, anímicas y espirituales. Es el tiempo necesario para retomar aliento y volver a las labores diarias. Hay muchos modos de usar estos días: con otro tipo de trabajo –no remunerado, generalmente en labores domésticas–, visitar el templo, reuniones de amigos y familiares, deporte, fiestas, sueño, viajes, compras, recreación, también con la enajenación. Gracias al descanso de unos, hay que recordarlo, es que otros tienen trabajo.

Cuando descanso me ubico en el séptimo día de este proceso de crear mi mundo, mi vida. Trabajo por vocación y por pasión a cambio de dinero que resuelve buena parte de mi existencia. Trabajo para participar en el país que me da lengua, tierra y pertenencia. Al trabajo le dedico la mayor parte de mi tiempo y energía, cuando lo hago ni ánimo tengo para ver otras cosas, escuchar a otros. En mi séptimo día visito a mis amados, me mantengo pendiente del ritmo de mis latidos, atiendo mi cuerpo, nutro mi cabeza, cuido mi espíritu. Descanso para agradecer el trabajo y la energía para hacerlo, para bendecir a Dios, para reponer fuerza física. Me detengo a descubrir la naturaleza en las macetas de mi ventana, en el modo cómo se estira mi perro, en la mirada brillante de los niños. Descanso con los ojos abiertos frente a la nada, no para evadirme sino para atender con claridad todo aquello que se borra con las prisas y la mente centrada en mis labores.

A veces, como hoy que estoy de vacaciones, se multiplican los días séptimos y pienso que me encanta trabajar pero que adoro la belleza y el silencio. Aprovecho muy bien mis horas de reposo: duermo, doy gracias a la vida, me maravillo con las decenas de pelícanos que sobrevuelan el mar, retomo el aliento. Cuando vuelvo al los deberes escribo placidamente esta nota para hablar de ello.

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