En busca de un sustituto de San Jorge

 
 


La noche es el momento de la negrura definitiva, el silencio, la  total indefensa. Cuando apago las luces de mi casa, de mi buró, es cuando me siento más pequeña.

   Supongo que siempre ha sido así, por eso de niña exorcizaba el momento con un ritual que incluía a Juan Pestaña cuando me ponía la pijama, al ángel de la guarda para que no me desamparara  ni una sola noche ni un solo  día, y a San Jorge bendito para que cuidara a todos sus animalitos y  los atara con un mecatito para que no me picaran los mosquitos,  ni las arañitas ni los alacrancitos.

    Han pasado muchos años desde entonces, y la noche ha multiplicado sus ofertas: el amor, el descanso, el insomnio, la sorpresa, la fiesta, la revelación, la lectura, el placer. Aún así el conjuro sigue siendo parte de mis horas negras –como invocación y como costumbre-- y la verdad es que Juan Pestaña sigue estando conmigo cuando me pongo la pijama, el ángel de la guarda aparece en mis oraciones cuando doy las gracias por el día vivido, pero San Jorge bendito me ha abandonado porque como dejó de ser santo ya no cuida a los animalitos y por eso, casi estoy segura, la otra noche  --adormilada y rumbo al baño-- vi  correr velocísimo  a un ratoncito.

    Obvio en estas líneas el griterío, el susto y los detalles de la aventura de la caza del roedor quien terminó sus días en una trampa de pegamento en la que coloqué un trozo de queso.  

San Jorge, coinciden las historias, fue un soldado romano que vivió entre el 200 y 300 d.c. y que en  494 d.c.  fue canonizado por el papa Gelasius. Parece que fue un anticristiano de primera, luego defensor de los mismos (después de gran conversión de por medio) y que su martirio fue crudelísimo.  San Jorge, dicen, fue invencible no sólo en sus gestas sino también a la hora de la muerte, lo que despertó gran admiración y profunda devoción en los guerreros de la Edad Media. En su nombre se honra y se mitifica la figura del agricultor como fundamento de la sociedad medieval. En el caballero armado, perseguidor de malhechores, libertador de princesas cautivas y vencedor del dragón, se exalta la figura del guerrero.  Y si dominó a bestias y delincuentes, cómo no iba a vencer

 --nada más llamarlo con una oración-- alimañas y cualquier animal que quisiera atacarme.

   La cuestión está en que en las rectificaciones recientes de la iglesia católica en las que canonizó  a muchos —entre ellos a Juan Diego—,  puso en duda  la  santidad de otros  --entre ellos a San Jorge— y  el Santo salió del calendario onomástico. Las causas son el no tener datos que precisen su existencia sobre todo porque los dragones, como acaba  brillantísimamente de corroborarlo la iglesia,  no existen.  Obvio cualquier comentario sobre los procesos eclesiásticos para canonizaciones y otros asuntos.  Sólo expongo que mientras escribo esta nota es de noche, no tengo quien me proteja de los animalitos y en esta casa –acabo de verlo-- ronda por ahí otro ratoncito. 

  

Publicado en Día 7 en 2003

Anterior
Anterior

Ella, tan amada, de Melania G. Mazzucco

Siguiente
Siguiente

Que no haya guerra en mi corazón