Que no haya guerra en mi corazón

 
 


Tomé  una decisión días antes de que  comenzara el escupitajo de  bombas sobre Irak: aunque hubiera guerra en el mundo, no la habría en mi corazón.   No dejaría que en cada rincón me alcanzara la desesperanza bajo el manto de la violencia. En las clases que doy, a los lugares que asisto, no hablaría de la guerra: no para ignorarla sino para no expandirla. Mi boca no  sería fertilizante para  el horror.   Comencé una  campaña  que  invita a  una acción  diaria que haga de nuestro entorno  un sitio mejor. Contra la devastación, la construcción --ladrillo a ladrillo— del ánimo por la plenitud: cada día de guerra  una pequeña, individual,  acción de paz: sembrar una planta, decir a viva voz lo bueno que sí hay en el planeta,  orar, prender un a vela, asistir a las marchas, dibujar con crayola un día hermoso,  firmar un desplegado, sonreír, lo que cada quien quiera.   Se trata de hacer la vida  teniendo en cuenta su mejor parte.

     Cuando decidí esto no pensé que hubiera guerra, evidentemente no  por razones de análisis internacional, sino porque no la quería ni la quiero.  Mucho menos esta donde no hay honor. Entiendo que guerrear es parte de nuestra naturaleza, así lo prueba la historia,  pero también lo es  buscar el  respeto, la ley, la  paz. Quise creer que podríamos ampliar  los temas  fundamentales de la humanidad  y  escribir leyendas  bajo otro cielo. Pero no.

    Los días de combate han pasado y el espíritu firme de la noche del primer bombardeo se ha debilitado: empiezo a respirar  una niebla venenosa que se cuela bajo las puertas de las casas.  Lo peor es que restan  muchos días  negros por venir.

De cualquier manera sigo actuando desde la trinchera blanca y agradezco en voz alta la belleza de las jacarandas en flor, escribo mi nombre en cada carta que busca la fuerza de la cantidad, digo a mi sobrina de 13 años --que teme que no haya planeta donde cumplir los 15-- que mire en esa plantita que crece en medio del cemento la fuerza de la vida, celebro los pies que avanzan por las calles de la paz, me uno a las voces que conjuran, con una esperanza y que no es sólo que se acabe la guerra para detener la sombra de estos días. Que se acabe para no darle tiempo a su semilla de crecer en nuestros corazones.

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