Miniaturas sobre la ciudad
NIÑO OCULTO
¿A cuánto ese arreglo de flores?, grita la señora desde su auto rumbo al hospital a conocer al recién nacido. A ciento cincuenta, responde la mujer del camellón que sale tras las cubetas plásticas. La señora regatea números y colores, mientras la mujer se palapa el pecho vacío y mira a su hijo recostado en la manta, sobre el piso. La señora arranca con un ramo en la sonrisa. La mujer se persigna, rocía con agua los pétalos. Nadie celebra al chiquillo que se entretiene con un cielo de claveles blancos y hortensias.
BOSQUE IMAGINIARIO
En los muros de la desamparada vecindad donde creció, pequeñas florestas colgaban dentro de latas desvestidas de etiquetas. Decir que se hizo arquitecta y luego paisajista en una línea es un juego de economía ficcional que explica de dónde vienen los tan sofisticados, modernos y millonarios jardines verticales que visten las ciudades: de una mujer y su infancia.
HUERTA LEJANA
Una manzana colorida gira en la mano de un niño. La tomó de la mochila donde su madre la guardó en la mañana. Una manzana fría que salió del refrigerador, de la bolsa plástica que viajó en coche y que dejó el montón de fruta sin olor que vive en el supermercado. Una manzana verde que anduvo en una rejilla de madera, que pasó por una bodega donde manos agrietadas la bajaron de un manzano que vive a cientos de kilómetros del niño que muerde un trozo amarillo en el recreo.
CIELO PROHIBIDO
Desde el aire, rayos ocres huyen a la negrura de la noche y la ciudad es un tapete de joyería luminosa. Abajo, todo es pavimento gruyer que rompe tobillos y llantas en una cadena interminable. Sobrevivir es nunca mirar hacia arriba. Sobrevivir es no ver más allá de nuestras narices empinadas.
RÍO INTANGIBLE
Miles de millones de pasos viven en su memoria azabache de pavimento. Rastros sin sonido ni huella quedan sobre el asfalto siempre limpio de tan negro. Han sucedido marchas políticas, caravanas mortuorias, mercados, amores efímeros, motores descompuestos, sutiles revelaciones. Calles kilométricas de cráteres mutantes marcan la ciudad y simulan un río negro donde todos perecemos en una foto aérea de la que sorprende su belleza.
DESAPARECIENTES
Hay una cabeza sorda al mundo en medio de audífonos de hilo. Hay alguien en ese joven que se mueve al ritmo de una banda insonora para quienes lo vemos. Debe haber alguien bajo la capucha de su sudadera, alguien tras las gafas de sol. Un alguien que se desdibuja entre otros cómo él, alguien que no responde a ningún nombre. Quizá yo tampoco soy alguien, nadie: somos la nada en la ciudad devoradora. Somos dos desaparecientes que se pierden en una calle.
MADRIGUERA ESCONDIDA
Suelta y sonriente baila la canción de los años 70 “Siento la tierra moverse”. Un hombro hacia atrás, un tronido de dedos hacia adelante, la cadera un poco para allá. Si son diez por persona, en la noche de la ciudad en la que baila esa mujer, 200 millones de ratas suben por las tuberías, corren por la calle, se agazapan en coladeras, alguna se resguarda en la cañería de su casa. Otro hombro hacia arriba, la cabeza de lado. Se contonea. Ignora que son esas madrigueras las que mueven la tierra bajo sus pies.
LUCERO CLANDESTINO
Poco a poco se cierran las ventanas al mundo cuando se va la luz. Hay una pausa forzada y desesperante sin computadora, refrigerador, teléfono. Sé que tras el apagón de semáforos y focos leds hay otra luz vestida de negrura. Allá arriba, en la cerrazón del fondo y de lo alto, titilan estrellas soñadoras. Me asomo a verlas, son invisibles ante la reanudación de la energía eléctrica.
PISOS DE ABAJO
En vertical, uno sobre otros, escalamos a nuestras casas. Yo vivo en lo alto. En una colmena donde nadie taconea ni arrastra muebles en mi techo. Abajo quizá me escuchen. A veces. No hago ruido con mi vida de computadora ultramoderna y libros. Cada año, en una fiesta de la señora de arriba, hay autos que entorpecen la entrada con su ruido de insectos. Por lo demás nadie sabe de mí. Yo me apoltrono sobre sus vidas de inquilinos que me salvan de bajuras y disfruto del cielo dulce y libre.
CIUDAD INVISIBLE
No mirarás la mañana suave que levanta a la ciudad y sus naturales. No mirarás, apurado en el reloj de tu muñeca, la luz que regala el cielo las primeras horas del día. No mirarás la sonrisa de la persona que viaja en el asiento contiguo ni la mano que te saluda del otro lado de la acera. No mirarás al conductor amable que detiene su auto para dar paso a los transeúntes. No mirarás las jacarandas en flor y la hermosura morada en el pavimento. No mirarás las esculturas que viven en los camellones y dicen de ti en sus formas. No mirarás la historia en los edificios que antes eran palacios y que nombraban a la ciudad. No mirarás los 40 millones de manos a diario construyen este lugar hermoso. No mirarás el anhelo que brilla en los ojos de los cientos de personas con quienes cruzas a diario. No mirarás el sol cobrizo que se pone en el atardecer. No mirarás los besos enamorados que pueblan los zaguanes apenas llega la noche. No mirarás nada de lo que sucede aquí: ni lo bueno ni lo horripilante, ni el dolor ni la belleza, y tú y la ciudad serán cada día menos visibles, al grado de casi ser inexistentes, y nadie notará que lees este texto a media calle.