Frivolidades
Fui a la boda de un amigo querido, la segunda vuelta para ambos contrayentes. Vi cómo se tomaron de la mano e hicieron votos. Celebré con ellos su ánimo para el amor y la vida en común. Me senté, nos sentamos mi acompañante y yo, en una mesa con dos matrimonios hasta entonces desconocidos. Tuvimos una plática amable y tibia hasta que uno de los señores exclamó: Ah, el fútbol, la única frivolidad masculina. Las mujeres de la mesa, como si nos conociéramos de siempre, nos miramos con cara de complicidad. ¿Sólo tienen una? La conversación adquirió un tono divertido de crítica y autocrítica de donde derivó esta lista que hicimos en conjunto sobre las frivolidades de ambos géneros, las particulares y las compartidas.
Ellas. El espejo. Hablar por teléfono. Maquillaje –para seducirnos y seducirlos; aunque ellos dicen que no les gustan las mujeres maquilladas hay que ver cómo las miran–. Joyería. Cabello. Las bolsas. Las uñas –ellos no comprenden el drama que hacemos cuando se rompe una–. Los perfumes –nos encanta tener una mesita llena con distintas botellas de perfumes porque hay un aroma distinto para cada ocasión–. Cirugía estética –examinar la posibilidad de vernos mejor para nostras mismas y para el disfrute de ellos–. Astrología –nos fascina ver nuestra personalidad y destino, y el de ellos, como algo ya tramado en el cielo–. Las ceremonias: bodas (con sacarnos por una ventana para ellos sería suficiente), bautizos (con el registro civil basta), primeras comuniones (a la mayoría le vale gorro) y quince años (nada más gastar dinero), para nosotras es básico hacer una fiesta para lucirnos y celebrar.
Ellos. El fútbol – juegue el equipo favorito o no, cuando sea y como sea–. Las corbatas –que según Freud son metáfora del pene que como se lo tienen que guardar, se ponen otra cosa colgante y por delante para presumir–. Los relojes –no es que necesiten saber quince veces la hora, es su equivalente a anillos, collares, pulseras y aretes–. Los autos –que son casi como su otro yo, los definen en el mundo y cuidado y les hagamos algo–. Los controles remoto — en memoria de cuando fueron reyes y tuvieron un cetro–. Los celulares, las agendas electrónicas y todo eso que los hace sentir que tienen el control del mundo en su mano. El vino –que resulta que ya no es un arte y los enólogos unos expertos, ahora cualquiera menciona tres uvas y ya la hizo–. Los gadgets –que es un nombre muy sofisticado para decir todas esas cositas electrónicas que son curiosas, modernas, y no siempre útiles–. Focos y apagadores –ellos dicen que se hacen cargo de la atmósfera lumínica–. Televisión — modernidad y vicio, ¿a ver quién los separa de su súper televisor plano comprado a plazos porque era muy necesario?
Las dudosas. Rasurarse no es una frivolidad, dijo uno. Entonces depilarse tampoco, atajó otra. La lencería fina, dijo una. Eso es un detalle de buen gusto, argumentó otro, casi una necesidad.
Las compartidas. Los zapatos, la figura, la piel, la moda, y las colecciones de cosas que no se usan y nada más se empolvan.
En eso llegaron los novios y brindamos con ellos. Nos contaron los detalles sobre los preparativos de la boda, cómo ella tenía todo planeado en su cabeza, como él dijo que sí siempre y cuando nunca le quitara el control remoto. Las mujeres pusimos atención en los detalles del diseño y costura del vestido.
Cuando los novios fueron a brindar a otra mesa, los hombres de la nuestra nos miraron con cara de ¿ven cómo les importan tanto esas cosas? Lo que para ustedes son nuestras frivolidades para nosotras son necesidades, dijo una, y entonces todos aceptamos que el fútbol no es una frivolidad sino una pasión.