Las hermanas mayores
Este año el simposio de narrativa contemporánea que organiza el departamento de letras hispánicas y portuguesas de la universidad de Leeds, estuvo dedicado a “Las escritoras latinoamericanas de ayer y hoy”. Las escritoras que empezaron a publicar ayer y que internacionalmente se empezaron a conocer en la década de los 70, a las que algunos críticos llaman La generación sin nombre, estuvieron representadas por Luisa Valenzuela (Buenos Aires, 19), Helena Araujo (Colombia, ) y Alba Lucía Ángel (Colombia, 1939). Las escritoras de hoy éramos Adriana Lisboa (Río de Janeiro 1970) y yo (México, 1965).
Durante el día de trabajo se buscó exponer la obra de las autoras y reflexionar sobre la escritura hecha por mujeres, el contexto histórico, las posibilidades de publicación. El énfasis estaba en ver la relación entre generaciones y el cambio de las cosas.
Escribir es algo tan elemental en mi vida que darle un contexto social, ubicarlo en la tradición literaria, compararlo y hacer referencias con el trabajo realizado por mis colegas varones y mujeres, me pide un esfuerzo. Hay que dejar de ser árbol para ver el bosque y desde ahí tener una vista panorámica.
Las hermanas mayores hablaron sobre lo difícil que fue empezar a publicar, no sólo por la condición de género sino por la situación política que vivía su país; la conciencia sobre la palabra como medio de crear y de poder; la importancia de haber hecho camino con su voz. Dijeron sobre las escritoras best sellers, criticaron su trabajo. Mientras yo escuchaba los pormenores de sus batallas personales para ser con su escritura me sorprendí de la distancia enorme entre su situación y la mía, la nuestra –después confirmé con Adriana Lisboa–. Mi sexo no ha representado ningún problema para mi labor, al contrario, diría que ser mujer ha abierto las puertas porque cuando empecé a publicar ya había una atención especial en lo que hacemos nosotras. Las restricciones que encuentran mis escritos se deben a su calidad y a las condiciones de mercado; jamás el ser mujer ha sido limitante ni para escribir ni para ser. Me di cuenta de lo bien que pavimentaron el camino las hermanas mayores; gracias a ellas, a su lucha, mi obra puede viajar sin necesidad de querella o pasaporte.
Se examinó también sobre si el arte tiene o no género, si debe existir la categoría de escritura femenina. Aquí las divisiones no eran por generación sino por postura. Yo creo que sí hay un distingo entre lo hecho por mujeres y hombres, así como lo hecho entre rusos, estadounidenses y mexicanos. El trabajo que hacemos las escritoras es diferente, no mejor ni peor, tiene otros matices y registros. A mí eso me parece bien, creo que la obra de un artista es mejor mientras más personal y honesta es. Hubo quienes sostuvieron que no debiera haber adjetivos para la literatura.
La experiencia fue enriquecedora: llevar mi obra a otra latitud, escuchar distintos puntos de vista, conocer cómo es mirado nuestro trabajo en el extranjero, nuevas amigas. De cualquier manera cuando me pongo a escribir olvido todo eso, sólo miro para adentro y pienso en lo que quiero decir.