20. Leer a Agatha Christie y los editores de cristal

 
 

Etiquetar a las personas evita cualquier tipo de reflexión sobre el ser humano que tenemos enfrente. Les adjudicamos cierto título y ya con eso creemos comprenderlos. Etiquetar a generaciones completas, con base en las décadas de nacimiento y las circunstancias que toca vivir, trata de explicar los rasgos comunes de una sociedad o definir lo que puede llamarse como “los aires de esos tiempos”, aunque muchas personas no se sientan representadas. Se conoce como Generación del silencio a las personas que viven la época de las dictaduras en España y América Latina; como Baby Boomers a los nacidos después de la posguerra entre 1946 y 1964; Generación X a los nacidos entre 1960 y 1980; Millenials a quienes nacen entre 1981 y 1996; Generación Z a quienes asomaron al mundo entre 1990 y 2010; y ahora se llama Generación de Cristal a los nacidos entre 2000 y 2015. Ese nombre describe la fragilidad emocional de una juventud sobreprotegida y con poca tolerancia a la crítica. Aunque inexactas y parciales estas etiquetas son un indicador. No puedo afirmar que quienes hoy tienen 23 años o menos sean delicados en demasía, pero sí observo con respecto a la literatura y el lenguaje, que vivimos un momento de hiper sensibilidad, fuera de lugar, por parte de ciertos editores quienes, en aras del comercio, prefieren alterar las obras originales para satisfacer las demandas de un mercado ignorante, que buscar nuevos autores o respetar a la obra y a su creador, con lo que se supone estarían comprometidos.

Se han censurado y reescrito pasajes completos de libros de Roald Dahl, Ian Fleming y Enid Byton por el uso de ciertos términos o porque sus personajes presentan estereotipos y prejuicios raciales.  Esta plaga no para y ahora toca el turno a Agatha Christie quien escribió el libro titulado “Diez negros y Diez indios”, ¡imagínense el escándalo! La editorial Harper Collins está a cargo de tachar y modificar los textos según su estrecho criterio. En la novela Muerte en el Nilo, por ejemplo, se modificó el diálogo de la Señora Allerton al quejarse de ciertos niños que en el original dice: “Vuelven y miran, y miran, y sus ojos son simplemente repugnantes, al igual que sus narices, y no creo que realmente me gusten los niños.”  Que fue sustituido por “Vuelven y miran, y miran. Y no creo que realmente me gusten los niños.”

El problema es que dicho recorte imposibilita la capacidad de entender los motivos de un personaje. En la nueva edición nunca sabremos por qué a la señora Allerton no le gustan esos niños, tampoco los usos y costumbres de esa época, las formas de pensar, y por ende mucho menos entenderemos las diferencias entre ese pasado y cómo somos ahora. Sustraer esas palabras implica borrar los matices del mundo; sin sombra negaremos la existencia de la luz, y si eso sucede viviremos en el oscurantismo absoluto.

Apoyo cuestionar y repensar las palabras que usamos para hablar y escribir, estoy a favor del uso de un leguaje no ofensivo ni discriminativo, pero esto es fruto de una lucha, de un proceso social, de una conciencia para repensar la otredad y las personas que somos. Si no queda huella del pasado, cómo sabremos quienes fuimos y por tanto cuáles han sido las conquistas. Cada obra es fruto de su tiempo y alterarla es crear pequeños Frankensteins, monstruos hechos de retazos. El arte no se adecua a lo políticamente correcto de estas épocas, no tiene porqué. Es preferible leer esas obras tal como se escribieron, en sus ediciones originales, o no leerlas. Creo que más valdría la pena una nota aclaratoria sobre tiempo y contexto para las sensibilidades de cristal o que los editores busquen nuevos autores, compatibles con su estrechez de mente y dejar a los clásicos descansar.

Edmée Pardo para Opinión51

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