19. Leer libros oficiales de texto y la papelería

 
 

Cuando era niña había cinco fuentes oficiales de conocimiento: el libro de texto, la enciclopedia, el diccionario, el almanaque anual y las monografías.

La papelería de mi casa estaba a la vuelta, como todas las papelerías de la infancia; una vuelta más o menos larga, que no llevaba a una esquina sino a la accesoria de una casa a media calle. Ahí encontraba a compañeras de escuela vestidas con el uniforme y a otras con ropa de calle que apenas reconocía. La tienda, amueblada con anaqueles llenos de cajoncitos, era el sitio de mi perdición. Me entretenía largos minutos en la observación y anhelo de lápices de distintos tamaños, colores, marcas y precios; sacapuntas; una hilera fascinante de gomas de diversos materiales y usos: de migajón, para lápiz, para tinta, para máquina de escribir, para dibujo, con aroma, transparentes, de tamaños y formas varias. Pero yo iba a la papelería con el dinero exacto para comprar una monografía como parte de las obligaciones escolares. Una monografía es o era, no sé si existen todavía, una estampa de papel impresa a todo color con una imagen por el frente y un texto por el revés. Estaban las simples, probablemente de 10 por 8 cm, monotemáticas, a propósito de un personaje histórico, planta u objeto interesante. Y las complejas, de tamaño carta, que ampliaban el tema y tocaban asuntos laterales. ¿Quién las hacía? ¿Quién redactaba el contenido, quién seleccionaba las imágenes? Ni idea. Pero eran una fuente válida que ampliaba la información que daban los maestros. Digamos que eran complementarias de los libros de texto y los educandos.

Claro que esa no era la época de las distintas narrativas, ni de la inclusión ni de la visibilidad. Había una sola versión de las cosas y esa era la que consumía yo, a cambio de unas monedas que me daba mi mamá. Con el tiempo fui aprendiendo que de cada hecho por lo menos hay más de una interpretación, que la historia puede ser revisada y cuestionada, y que las explicaciones, todas, obedecen a una visión del mundo que se quiere imponer. Por eso es tan importante tener acceso a la pluralidad de fuentes.

Todo esto viene a cuento porque otra vez se discute el contenido y los criterios de los libros oficiales de texto en el contexto de la 4T.  ¿Quiénes deciden y bajo qué criterio el material que será la columna vertebral del pensamiento y las habilidades de los estudiantes? ¿Quiénes se erigen como la fuente oficial de la historia y del conocimiento y con qué propósito? ¿Quiénes tienen, por lo menos, un alto nivel académico, conocen de primera mano la experiencia educativa y su concepto en didáctica es acorde con estos tiempos? Debieran ser los expertos. Los muchos expertos para ofrecer distintos ángulos y aproximaciones. Una comunidad plural, de primerísimo nivel, que permita el ejercicio libre y no la subordinación del pensamiento. 

Me parece muy bien cuestionar para evolucionar. Me encanta la idea de proponer. Me preocupa el dominio de la ideologización del proyecto. Me preocupa la improvisación, la falta de profesionales y de tiempo para desarrollar e implementar un proceso. Me preocupa mucho el veto a las distintas fuentes, a la pluralidad, a la libertad.  De algún modo siento que se quiere volver al tiempo de la monografía: una versión unilateral, discursiva y panfletaria de las cosas y los hechos. Que los dioses nos salven de volver a esa infancia.

Edmée Pardo para Opinión51

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