82. Leer al bibliógrafo

 
 

Leer al bibliógrafo

Conozco a muchas personas relacionadas con el mundo de los libros: escritores, editores, lectores, promotores y mediadores de la lectura, bibliotecarios, traductores, ilustradores, diseñadores, correctores, libreros, pero hace unos días conocí, por primera vez, a un bibliógrafo. Un bibliógrafo no se dedica únicamente a leer los libros por su contenido, sino a estudiarlos como objetos históricos y culturales, trazando su genealogía y asegurando que el conocimiento sobre ellos se conserve, conoce de libros antiguos, arma bibliotecas.

México ha tenido grandes bibliógrafos que han permitido rastrear la historia del libro y la imprenta en el país. José Mariano Beristáin de Souza abrió camino con su Biblioteca Hispano-Americana Septentrional, que documenta autores y obras de la Nueva España; más tarde, el chileno José Toribio Medina aportó la Historia de la imprenta en México (1539–1821). En el siglo XX, Agustín Millares Carlo, paleógrafo y bibliógrafo exiliado en México, y Ernesto de la Torre Villar, director de la Biblioteca Nacional, consolidaron el estudio del patrimonio bibliográfico. A ellos se suman nombres como Rafael Heliodoro Valle, con su Bibliografía mexicana del siglo XIX, y José Toribio Esquivel Obregón, impulsor de catálogos históricos. Ahora, Javier Michel, es parte de esa tradición y la enriquece. Un oficio que no se aprende una escuela, sino en las librerías, buscando y en la sorpresa frente a la aparición de miles de libros de los que no se tenía conocimiento.

Javier Michel es un joven bigotón, ávido lector en la primaria, que dejó de leer en la secundaria y la preparatoria, y que desde que ingresó a la universidad entró en un camino en el que no hay vuelta atrás. Javier anda en bicicleta para todos lados, heredó la biblioteca de su abuelo médico y gran lector, y quizá por eso, después de pasar por finanzas, estudió letras hispánicas en la Universidad de Guadalajara.  Gracias a una nota encontrada en un libro de su abuelo que rezaba dónde y a quien había comprado un libro fue que dio con una librería de viejo en Avenida Juárez   y empezó una relación con Alberto Cervantes quien además de ser librero era buen conocedor de sus compradores, recordó al abuelo y empezaron a construir una relación. 

Javier reconoció que el mundo del libro antiguo es fascinante, y empezó a interesarse en ciertas ediciones, sobre todo de libros impresos en Guadalajara en el siglo veinte. La mayoría de la gente colecciona impresos de Guadalajara del siglo XIX o  libros publicados en Ciudad de México, como el Fondo Cultura Económica, Era, Joaquín Mortiz. A mi me interesa lo impreso aquí. Entonces, como el trabajo es enseñarle a la gente: "Ey, esto existe, esto está aquí".

Javier sabe que el trabajo del bibliógrafo, aún con inteligencias artificiales, grandes buscadores y libros electrónicos, cada vez se necesita más. “Cuando la gente dice que todo está en Google, la verdad es que nada está. Los buscadores todavía no están a un nivel que puedan suplir el conocimiento especializado de una persona en una materia.” Con respecto a la digitalización sabe también que el acervo digital nunca suplantará al libro físico. Apenas se termina de digitalizar una biblioteca o colección y ya viene un cambio tecnológico que hace que los archivos expiren. El objetivo de los libros digitales es ayudar a preservar  el material, pero nunca será el de sustituir el libro impreso. El libro físico nunca va a caducar. Utiliza el internet para enterarse de temas, reconocer la portada, ubicar el autor o año y a partir de ahí darse a la búsqueda del objeto.   

Sobre las bibliotecas especializadas, que es a lo que él se dedica, su función es acercar todo el conocimiento que está ahí, disperso, perdido en el universo del internet. Una biblioteca no necesariamente es un acervo gigantesco, en una biblioteca especializada pueden estar veinte libros que es toda la bibliografía que existe sobre ese tema. El objetivo es que físicamente pueda reunir todo sobre un tema tan amplio o acotado como pida.

“Los que estamos dentro del mundo de las bibliotecas y de los libros antiguos sabemos que las bibliotecas se juntan en ciertos momentos y se disgregan, pero eso no significa que desaparezcan. Los libros tienen un camino por recorrer. Quizá inicien en un librero personal de alguien que morirá, y la biblioteca se heredará o se venderá, y a lo largo de muchos años a nadie ya le interesará el material y los libros terminarán en el orden público. Hemos visto caer grandes bibliotecas, resurgir, regresar a grandes archivos, instituciones, etcétera. En las bibliotecas en Estados Unidos, por ejemplo, después de cierta cantidad de tiempo que nadie pide el libro, lo sacan.

Edmée Pardo para Opinión51

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