74. Leer el estatus migratorio

 
 

Leer el estatus migratorio

Dice la Biblia, en el antiguo testamento, que en el siglo V antes de Cristo, Nehemías pide cartas al rey persa Atrajeres I, para poder viajar a Judea. Las cartas estaban dirigidas a los gobernadores del otro lado del río Éufrates para que lo dejaran pasar, y para que Asaf, el guardabosques del rey, le diera madera. Su objetivo era ir de Susa, la entonces capital del imperio persa, hasta Jerusalén para reconstruir los muros y las puertas (para eso la madera) de la ciudad. Quizá es este el primer documento para viajeros del que se tiene noticia en la historia. En la Europa feudal, también se emitían cartas para que las personas pudieran andar entre feudos, y en Inglaterra en el siglo XV se proporcionaban cartas a los viajeros. El término pasaporte, se acuña en Francia en el siglo XVI como un documento para pasar de un puerto a otro.

¿De dónde viene la idea de que la gente necesita un permiso, un documento, para moverse de un lugar a otro, de un muelle a otro? Desde que supuestamente la tierra tiene dueño, ya sea una persona común, un rey o un Estado Nación, y que quienes nacemos en esa tierra le pertenecemos.  Con la consolidación de los Estados Nación a partir del siglo XVIII el uso del pasaporte se extendió y se intensificó cuando las guerras y la descolonización en el siglo pasado. El pasaporte otorga un extraño sentido de legalidad para el viajante pues señala origen y autorización para moverse. Las migraciones masivas en el siglo pasado por clima, necesidad económica o situación política han hecho que la movilización de las personas (generalmente sin papeles) representen retos enormes para las tierras que los reciben y los expulsan.

Baste este contexto para hablar de las personas indocumentadas, aquellas que viven en un país sin tener los documentos legales requeridos, y que ese estatus migratorio los convierte en ilegales. Ya sabemos que solo puede llamarse ilegal a las acciones y no a las personas porque “nacemos libres e iguales en dignidad y derechos”, según la declaración Universal de los derechos humanos firmada en 1948.

Yo creo que ninguna persona es ilegal, que venimos de la tierra en la que nacemos, pero que realmente somos parte de la tierra a la que contribuimos con nuestro trabajo y presencia. Todos aquellos que no aportan a la comunidad con su legado, productividad y vitalidad son meras visitas que, como se dice coloquialmente, a los pocos días apestan sin importar su lugar de origen. Así que donde quiera que uno se establezca si aporta a ese lugar, esa es su tierra; si una persona no aporta al lugar en el que vive, su presencia no le da derecho a nada. Sostengo que ese debería ser el estatus más importante en las personas: las que aportan y las que no.

Sabemos que la historia humana está llena de desplazamientos, que el mestizaje fortalece las culturas, que no podemos criminalizar la necesidad. La única opción es integrar a quienes se ven necesitados de moverse, con toda la complejidad que eso implica, y dejar que su presencia sea parte de la nueva riqueza del lugar que los acoge.

Edmée Pardo para Opinión51

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