86. Leer la cornamenta
Leer la cornamenta
De niña canté a todo pulmón la canción de Rodolfo el reno en el festival de Navidad de la escuela. Fue de las primeras melodías que me aprendí de principio a fin, que entoné coordinada con mi grupo y que, ahora lo veo, es también una de las primeras evidencias de la reproducción sutil del mundo patriarcal y de exclusión que vivimos. Me explico.
Los renos son un tipo de ciervo que vive en las regiones árticas. Los machos desarrollan su cornamenta en primavera y verano para usarla en otoño, durante la época de pelea y apareamiento, y después la pierden como forma de ahorrar energía. Las hembras, en cambio, también desarrollan cornamenta, pero la mantienen durante todo el invierno para defender comida y territorio, y la pierden en primavera, cuando están por parir. Para las hembras preñadas la cornamenta es una herramienta esencial que les permite tener acceso prioritario al alimento y asegurar la supervivencia del feto. Con ella defienden áreas de pastura, ahuyentan a otras hembras o a machos jóvenes, y excavan y apartan la nieve para acceder al liquen, mejor conocido como musgo de reno.
Conclusión: los animales que jalan el trineo de Santa Claus son hembras, si a la biología nos remitimos. Y también si concedemos que visitar casas por todo el mundo en menos de veinticuatro horas, sin perderse, es un acto profundamente femenino, sobre todo por aquello de preguntar direcciones y consultar el mapa, actividad que —según dicen quienes saben— no es muy probable en los varones.
Esta revelación me hizo pensar en la fábrica de juguetes, una maquila propiamente hablando, donde la mayoría de las personas trabajadoras —aquí, en China y supongo que también en el Polo Norte— son mujeres. Así que seguramente son las duendas las que están duro y dale, con sus manos artesanas, tallando la madera y poniendo pilas a los juguetes. Eso sí, no dudo nada del género de Santa: un varón que se lleva todo el crédito por un trabajo que no hace, no coordina y no entrega; cuya única chamba es comer durante todo el año y decir “Jo, jo, jo”.
Volviendo a Rodolfo y su historia, podemos leerla como un escenario perfecto para analizar la conducta humana. La nariz roja actúa como una marca pública, un recordatorio de todo aquello que incomoda. Un rasgo físico en este caso, pero que puede ser una forma de ser o una idea que desafía la norma y se convierte en etiqueta perfecta para ser señalada. El rebaño reacciona con burla, rechazo automático y exclusión rutinaria. Así, Rodolfo encarna la doble herida de quienes viven en los márgenes: saberse distintos y, además, ser castigados por ello, porque la rareza suele ser tratada como problema antes que como posibilidad.
La historia da un giro cuando llega la aceptación, no por reconocimiento verdadero, sino porque la diferencia se vuelve útil. Cuando Santa descubre que la nariz roja puede iluminar la noche y salvar la Navidad, Rodolfo deja de ser motivo de burla para convertirse en héroe instantáneo. Una aceptación pragmática donde la integración se debe a la utilidad y donde cambia la relación, pero no necesariamente la mirada. Al final, ofrece la posibilidad de resignificar lo que nos hace distintos; y recuerda que la rareza no es defecto ni adorno, sino una forma de vida que merece ser acogida.
Esta navidad, la invitación es cantar a Raquel, la rena, como recordatorio de que la luz no siempre viene del centro, sino de quienes, mujeres en muchos casos, han sido empujadas a la orilla. Reconocerla es un acto necesario de balance y justicia válido no solo en Navidad.
Edmée Pardo para Opinión51