68. Leer la lengua materna

 
 

Leer la lengua materna

Mi abuela coleccionaba postales. Entre el montón que guardaba en una caja había una que me hipnotizaba, dibujada con lápiz de color y acuarela, donde se veía a una persona horrorizada a la que cortaba la lengua otra persona con tijeras de jardinería. No recuerdo si eran hombres o mujeres, solo el color verde de la vestimenta y los ojos desorbitados. Eso pensaba que era cortar la lengua a los cinco años: mutilar el órgano con el que se nace. Quizá 15 años empecé a entender que hay otra forma de mutilación de la lengua al rechazar, colonizar, olvidar la identidad e ignorar la forma de comprender el mundo de la lengua materna con ojos mansos y domesticados.

La lengua materna es mucho más que un medio de comunicación. Es el primer contacto con el pensamiento, la memoria y la transmisión de conocimientos intergeneracionales. Cuando una lengua materna se pierde o se margina, no solo desaparecen palabras, sino las formas de ver y entender la realidad. Por esto, entre muchas otras razones, algunas culturas defienden que los primeros estudios se hagan en lengua materna, vasco o catalán, por ejemplo, para fortalecer la riqueza que da el lenguaje.

En el caso de las lenguas indígenas, la dominación de una lengua como el español ha provocado el olvido de vocablos que amenazan con extinguir sistemas de conocimiento únicos sobre la naturaleza, la medicina, la espiritualidad y la convivencia comunitaria que no tienen equivalencia en otras lenguas. Proteger y revitalizar las lenguas maternas indígenas es una forma de preservar la diversidad cultural y resistir los procesos de homogeneización que empobrecen el pensamiento humano.

En esa conciencia hemos traducido, con el impulso de Rina Gitler y Fundación Alma, mi libro El brasier de mamá al náhuatl, maya, zapoteco y teseltal. He comprendido que las lenguas originales son descriptivas y no conceptuales, que la traducción es un enorme esfuerzo de reinterpretación y la creación de nuevos vocablos. Por ejemplo, en náhuatl no existe la palabra pezón que se ha traducido, finalmente, como la naricita que crece de la chichi. O que hay palabras que se “amayisan” por no tener equivalentes en maya como cáncer que se escribe Kaanser. Las ediciones son bilingües ante la evidencia que de que una educación bilingüe en lengua materna mejora el desarrollo cognitivo, fortalece la autoestima y el arraigo cultural. Sin embargo, a pesar de este esfuerzo, hemos encontrado que la mayoría de los hablantes de estas lenguas son únicamente hablantes, más no leyentes ni escribientes. Así que para llevar el mensaje de la autoexploración temprana el libro impreso es una tarea insuficiente a la que hay que sumar el audio lo que implica otro reto de presupuesto, tecnología y distribución. 

Fomentar el uso de la lengua materna, su enseñanza y presencia en espacios oficiales no solo beneficia a sus hablantes, sino que enriquece a la sociedad en su conjunto, permitiendo un diálogo más amplio y diverso entre las distintas formas de ser y estar en el mundo.

Edmée Pardo para Opinión51

Anterior
Anterior

69. Leer el violentómetro

Siguiente
Siguiente

67. Leer la brújula