40. Leer las calabazas

 
 

Leer las calabazas

Las calabazas son mi verdura favorita. Lo descubrí cuando se amplió el mundo que las condenaba a un trozo amorfo y guango que flotaba sobre un consomé de pollo. Crocantes, con su jaspeado verde y amarillo, en formato redondo u oval me parecen deliciosas con un poco de sal; crudas en rebanadas delgadas en una ensalada, o ralladas como base de otros vegetales, son fuente de gozo. Eso sucede 10 meses al año, pero cuando llega el otoño y se aparecen la calabaza de castilla (anaranjada y redonda), la calabaza mantequilla (color beige, en forma de cacahuate), la calabaza espaguetti (amarilla limón), la calabaza criolla (verde, pequeña, que se parece a la de castilla), la calabaza patisson (aplanada, redonda con olanes) y las calabazas de fantasía (caprichosas en textura, forma y colorido) empiezo a salivar. Las imagino fritas, cocidas, asadas, dulces, en bebidas frapé, combinadas con harina, rellenas, en sopa, en bollería… son preciosas y sabrosérrimas. Pero cuál fue mi sorpresa cuando supe que esta maravilla de alimentación culinaria también se puede leer.

La revelación sucedió hace un mes, en el jardín botánico de Montreal, en una sección dedicada a las infancias, debajo de un letrero que rezaba Kalabacius squash Library (Biblioteca de las calabazas de Kalabacius), y sobre un anaquel donde estaban posadas calabazas en todos sus formatos.  Junto a este fenómeno encontré un letrero que advertía que a Kalabacius, el dueño de la biblioteca, no le gustaba la gente que habla mientras él dialoga profundamente con las calabazas. ¡Qué buenos museógrafos candienses!, pensé, qué buena manera de relacionar el mundo vegetal con el de la palabra. Luego empecé a alucinar con toda la información que guardan las semillas, sus posibilidades reproductivas, sus códigos genéticos, los nutrientes que las hacen predilectas. Sí, las semillas son textos por escribirse, son la materia prima, el papel y la pluma, listos para desarrollar una historia en el contexto adecuado, con las manos que lo hagan posible.

Sé que hablar sobre la lectura de calabazas suena excesivo, un tour de force, un simple pretexto para tener de qué escribir en esta columna que por decisión personal resolví hacerla en torno al fenómeno de la lectura más que de los libros, de los leyentes más que de los escritores, de los textos que no son de palabras. Mientras más lo pienso y más lo exploro, me doy cuenta de que todo es un material legible; cada escritura tiene su distinto formato, sistema y lógica. Para cada lectura hay que aprender nuevas palabras, comprender el razonamiento de un vocabulario que permita nombrar, ofrecer líneas de pensamiento, narraciones e historias.

Con esa visita al jardín botánico de Montreal aprendí que las calabazas son textos vegetales y que los seres del bosque que se paseaban por ahí para saludar a los visitantes conocían los libros mágicos que usan las hadas. Me urge aprender a leer y hablar calabazo y practicar cada septiembre para poder transmitir todo lo que esas verduras tienen que decir…

Edmée Pardo para Opinión51

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