11. Leer las etiquetas de ropa

 
 

Cuando leemos las etiquetas de la ropa encontramos datos del fabricante y marca comercial, talla, componentes del tejido y país donde fue fabricado. Con alguna dificultad reconocemos las instrucciones de lavado con íconos no siempre fáciles de distinguir como lavar a mano, en seco o en máquina, el uso de secadora, temperatura de la plancha. Pero por más que he examinado no he encontrado una sola indicación que señale si esa prenda es para uso de mujeres u hombres; mucho menos alguna nomenclatura que indique si la prenda tiene identidad o preferencia sexual. Es importante que quede claro de una vez: la ropa no tiene género. Somos nosotros con nuestras nociones culturales quienes se lo atribuimos como ideología, propuesta o grillete.

Mientras escribo traigo puesto unos pantalones de mezclilla, de cierta talla y corte que son los que mejor me acomodan. El día de hoy se sabe que los pantalones no son una prenda de uso exclusivamente masculino como se consideró muchos años y que gracias a mujeres valientes que rompieron estructuras los podemos usar sin ninguna otra razón que la predilección. Un pantalón no es ropa de hombre aunque haya cortes que acomoden mejor a cuerpos determinados. Lo mismo empieza a suceder con las faldas: no son de uso exclusivamente femenino. No hablo de las famosas faldas escocesas que servían de capa, cobija y vestimenta, sino de las faldas tradicionales, de diseño occidental, que hasta hace poco eran consideradas prendas de mujer. Para muestra de ello, los profesores de la facultad de derecho de la Universidad Veracruzana en Xalapa, en días pasados asistieron al plantel con la falda “bien puesta” como una manera de impulsar la reflexión sobre derechos humanos, género e inclusión dentro de esa casa de estudios. La imagen es inspiradora porque implica el replanteamiento de género no solo desde la trinchera de las mujeres sino también de los varones y la desarticulación de ciertos usos y costumbres. De nada sirve hablar de inclusión y género si se deja fuera a un sector de la población.

En Inglaterra es viral la imagen de Mark Bryan, un hombretón de cabeza rasurada y muy varonil que usa faldas y zapatos de tacón por el puro placer de portar la ropa que le place sin que eso quiera decir alguna otra cosa que el ejercicio pleno de su libertad. Otra vez, la ropa es un pedazo de tela y la tela no tiene género, aunque le hayamos asignado estatus e identidad sexual. Otro ejemplo, ahora del mundo del espectáculo, es el cantante Henry Styles. Su calidad vocal y moral no están en entredicho por su vestuario fuera de convencionalismos.

Así, usar ropa mal llamada de hombre o de mujer y cuestionar la integridad de sus usuarios por la preferencia de ciertas prendas es solo una manera de perpetuar encasillamientos que quieren dirigir conductas y pensamientos. Bienvenidas las usanzas de cualquier tipo de prenda sobre todo si eso nos ayuda a ampliar la entendedera.

Edmée Pardo para Opinión51

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