48. Leer para perderme

 
 

Leer para perderme

Escribo.  “La radio en México…”, cuatro palabras simples para dar inicio a un artículo sencillo, de 400 palabras, sobre las estaciones que escucho. Hago una pausa antes de seguir. ¿Quién inventó la radio? ¿Lo estudié en la primaria? Busco en Wikipedia. Una invención colectiva en la que participaron Stephanova, Marconi, Tesla, Cervera. ¿Y Hertz? ¿No por eso son las ondas Hertzianas?  Pico un enlace aquí y otro allá y llego a la biografía de Guillermo Marconi quien hizo la primera transmisión de radio en la historia en 1846. Hay muchas biografías del personaje, algunas autorizadas por él, otra la escribió su hija, pero elijo la versión en audiolibro de Marc Raboy. En audiolibro una no se fija en el número de páginas, sino en el tiempo de narración. 36 horas. Lo puedo escuchar mientras me unto los afeites y visto, mientras recojo los trastes o cocino. 

Apenas escucho el prólogo sé que soy mujer al agua sin posibilidad de rescate, más bien sin deseo de pedir auxilio. ¿Cómo no sabía nada de este hombre tan extraordinario? ¿Inglés o italiano? ¿Autodidacta o académico? Su vida está llena de misterios. Innovador en ciencia y tecnología, diseñó una manera de conectar al mundo sin la necesidad de cables; empresario, embajador, senador de Roma, caballero de Inglaterra, premio nobel, miembro de la crema y nata de la sociedad; visionario, persistente, enamorado del poder, todo un rockstar de su época.  

Con las guerras de principios del siglo 20 se mejora el invento y se convierte en una herramienta que define la victoria o la derrota; Marconi se cuestiona sobre el uso de la ciencia para el progreso o las matanzas. Dicen que fue espía, visionario, político, consejero, enamoradizo de actrices, poetas, cantantes de ópera, de los hombres inteligentes y audaces como él. Queda el registro de sus diarios, su correspondencia y los artículos de periódicos donde seguido ocupaba la portada. Amigo de Roosevelt, del Rey de Inglaterra, del rey de Portugal, de las personalidades más notorias de su época. Tiene casa en varios lugares del mundo, pero lo que más tiene es un biógrafo como hay pocos. Qué manera de contar, de conocer, de investigar. Si estoy enamorada de Marconi no sé si es culpa de la voz del narrador que me la cuenta, del biógrafo o del mismo Marconi y todas sus aventuras.

Las señales de auxilio del Titanic salieron de un radio Marconi, la primera estación de radio de Italia fue una estación Marconi (y la de Argentina y Canadá y Australia). Tuvo problemas de registros de patentes; tuvo problemas de financiamiento, traidores en la empresa, inversionistas, aliados y enemigos. La estación del vaticano la puso él, a cambio de la anulación de su primer matrimonio porque quería casarse otra vez, por la iglesia. Tuvo que incorporarse a la radio de Mussolini por ser italiano, quizá por la fuerza o quizá porque creía en el fascismo. 

No he escrito una línea sobre las estaciones de radio que escucho, tampoco he lavado los trastes ni cocinado ni todo eso que iba a hacer mientras escuchaba la biografía de Marconi. Estoy perdida. Desde que leo con los oídos sobre su vida, la mía ya no importa y solo quiero saber qué fue de la suya. ¿Por qué me tiene tan prendada este seductor de las ciencias, el progreso y las ideologías?  Hay un aeropuerto Marconi, una calle Marconi, una empresa Marconi y yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa, dijera Federico García Lorca. Estoy perdida en este libro, con este libro, contándole a todo el mundo de Marconi, del hombre que hizo el mundo inalámbrico, del abuelo del celular. Me quedan dos horas más de su vida. Voy a ella. El articulo del radio no saldrá, escribiré sobre Maroni, soñaré con él. A veces me pierdo en los libros, por favor nadie me encuentre. 

Edmée Pardo para Opinión51

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