Nedra

 
 

Cuando me siento a comer, Nedra deja sus asuntos de pájaros y gatos y llega ansiosa a rondar la mesa, como siempre. Alacia su orejas y sus ojos crecen con un gesto hambriento, tierno, suplicante. Relame sus belfos guzgos mientras yo le digo «No te voy a dar ni tantito, haces cara de que nunca has comido». Ella insiste con su colita veloz, con aullido de cachorro, con su olfato que adivina lo que hay sobre mi plato. Le digo con la boca llena: «Que no, regrésate a tus asuntos y déjame comer en paz». Pero ella se queda y me mira largo. Algo me conmueve, así que le ofrezco una caricia. «Bueno, este cachito y nada más».

Anterior
Anterior

El recuerdo

Siguiente
Siguiente

Para después