Té madrugada 205

 
 

Salen caras tus terapias de sueño, confirmó él, a quien no dirigí palabra las trece horas que duró el vuelo. Me senté, inflé la cuellera gris y no supe más. Eso sí, todas las noches doy vueltas en la cama, me despierto, lo despierto, me abraza, le hago un té, platicamos y acompaña todas mis intermitencias. Pero esas trece horas que él suponía que aprovecharíamos para dialogar asuntos delicados que requieren su tiempo, yo no hice el más mínimo gesto. Me perdí en las nubes, como el avión, y dormí a pierna suelta como en todos los vuelos.

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