Té madrugada 40
Empezamos con una ese dibujada con la línea que une la cabeza a los pies. Nos imagino como la vista aérea de la curva de un río al que se adapta el agua del cuerpo del otro, en medio de una selva blanca. En el camino, el sueño nos convierte en una zeta, donde rodillas y codos, pies y brazos, pican y estorban. Entonces cada quien migra para continuar por el sendero del sueño, hasta que en medio de tanta soledad la mano busca el cuerpo del otro, que responde de inmediato al llamado. En ese hallazgo nos acercamos, ahora de espaldas y formamos una equis, unidos por la cintura, como estaban las almas gemelas en los diálogos de Platón. Despertamos con la sabiduría de un abecedario interior.